Pues sí, hoy se cumplen trece años de danza, de correteo, de mimos, de terquedad, de ternura... más o menos a partes iguales. Y es que Mel es así, un cóctel de impulsos y sensaciones, y también de sentimientos, ¿por qué no?... Sigue danzando, sigue, como se ve en las fotos que le he sacado anteayer sábado, camino del Turó de l’Home. Sí, danzando con la nieve, danzando con su sombra, danzando todavía con la vida pese a que trece años no son pocos para un perro, y pese a problemas graves de salud en los últimos dos años, tan graves como una leucemia que de momento está superando con nota...
Sigue en el tajo, sigue queriendo salir a la montaña, sigue mendigando comida como si la vida le fuera en ello, sigue reclamando caricias y atenciones, sigue repartiendo amor a todo el que quiera acercarse a ella, y también agotando a veces la paciencia de su amito... La edad le ha ido puliendo un poco el carácter indómito y nervioso de sus genes de podenco, y dulcificando la aspereza que siempre ha tenido con otros perros, especialmente con otras hembras, claro... Supongo que ya no tiene las energías para tanto desafío competitivo, y es que el tiempo todo lo cura, dicen, o como mínimo lo templa y suaviza...
Sí, trece años, de los que me alegro aún más porque hace un par de años no sabía si duraría apenas un par de meses... Pero aquí sigue, danzando, y es que lo importante es no parar de hacerlo. Aunque sea adaptando el baile a las circunstancias, el ritmo a las energías disponibles, aunque ya no se meta jornadas montañeras de diez horas, como tampoco me las meto yo casi nunca últimamente... Aunque sea ya sin correr frenéticamente arriba y abajo, durante horas, como alma que lleva el diablo, cuando era una flecha dorada surcando los pastos de montaña... No, todo a su manera y en su medida, que ya tenemos una edad...
Todo es efímero, ya lo sé, y el tiempo de todos nosotros discurre ineluctable hacia su fin... Pero así todo, te deseo un feliz cumpleaños, y todo el tiempo que seas capaz de seguir bailando, mi perrina de amor…