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Wednesday 31 de August de 2011, 14:26:18
23-08-11 : Vías ferratas de Andorra II: Roc d´Esquers (Escaldes-Engordany)
Tipo de Entrada: RELATO | 1814 visitas

Realización de la vía ferrata Roc d´Esquers partiendo del Camping Valira, situado a las afueras de Andorra la Vella. Se trata de una vía ferrata larga en la que se superan grandes paredes en un ambiente de alta montaña y con vistas a la parte baja del bello valle de Madriu. Su dificultad media, un pequeño puente tibetano casi al final y una buena pateada de regreso perfilan lo que uno se va a encontrar en su visita. Y si se viene de lejos, es posible aprovechar el viaje y combinarla con la ferrata de Sant Vicenç d´Enclar o la del Tossal Gran d´Aixovall, ambas situadas a pie de carretera y de camino a la frontera.

 

 

Son las ocho y media cuando parto del Camping Valira, situado junto a la carretera general en las afueras de Andorra la Vella en sentido a Sant Julià de Lòria. Me he propuesto darle un toque mágico a la experiencia, difícil de razonar, como aquel que se siente cuando se va a realizar una vía verde en tren en vez de llevar la bicicleta en el coche. Me hace gracia ir caminando hasta el pie de la vía, ponerme el material y tirar para arriba, y de la misma forma desprenderme de él, descender por el Valle de Madriu y atravesar la capital de nuevo hasta plantarme en la tienda de campaña. ¿Que no tiene sentido? Pues supongo, ¿pero acaso algo tiene sentido? Si un autolavado se llama “Be happy” y en él aparece un hipopótamo alegre, y otro toma por nombre “Rentatplus” y se caracteriza por un logo que apela a lo último en innovación y tecnología, y ambos negocios sobreviven a estos tiempos de crisis puerta con puerta, será que hay de todo en la viña del señor, ¿no?

 

Dejados atrás ambos lugares fagocitadores de inscripciones tales como “lávalo guarro” o “cerdo”, continúo por la ruidosa y ancha avenida hacia Escaldes-Engordany, momento en el que la carretera pasa de llamarse CG1 a CG2 y la pendiente se acentúa en grado sumo. Gracias a que aún es temprano, la subida es soportable y de momento no me he arrepentido de dejar el coche en el camping, aunque cada vez me siento menos cuerdo por la opción que he tomado. Por lo visto, el GR-7 avanza por esta carretera, y a la altura de una gasolinera Repsol la abandona para ascender hacia La Plana y Valle del Madriu, por donde regresaré, pero eso aún no lo sé. En una gran curva a la izquierda surge a mano derecha un camino señalizado, que lleva por nombre “Camí de les Molleres”, y tambien se indica que en trescientos metros aparecerá el “Camí d´Engolasters”. A este último, más concretamente, lo acabo viendo cuando aparezco yo en el lugar, y no él, pues no muestra intención alguna de moverse; arriba hace demasiado frío, y abajo hay un ruido excesivo.

 

Una curiosa escultura se erige en la rotonda en la que nace –o muere– la carretera de Engolasters. Representa a un ciclista que tiene un culo enorme y una cabeza diminuta que es tomado delicadamente por una mujer de cabeza también diminuta que lo besa. Desde mi perspectiva sólo veo al ciclista pero mañana, a mi regreso de las vías ferratas “Directíssima al Roc del Quer”, “Canal de la Mora” y “Clots de l´Aspra”, percibiré desde un punto de vista nuevo a la señora que tanto lo estima. Respecto a la carretera, hace una pendiente bastante pronunciada a pesar de las lazadas, cosa que no me amedrenta pues prefiero ir sobre seguro que meterme en senderos que no sé dónde me van a dejar, más aún teniendo en cuenta que si mi primera vía ferrata, en diciembre de 2005, fue el Tossal Gran d´Aixovall, es porque en aquel entonces no logré encontrar el inicio de esta, y no me gustaría volver a tropezar con la misma piedra y volverme para el camping extraviado, sin ferrata y con el rabo entre las piernas.

 

Llegado a una curva a mano izquierda en la que nace una carretera que va a La Plana, a un cementerio y a un crematorio, está ubicado el puente en el que debe estacionarse el coche. Yo, como ando ligero en ese sentido –y literalmente–, no me preocupo por si hay lugar o no para aparcar o por si me lo robarán, algo que ya ha sucedido recientemente en Badalona y en tiempos lejanos en Barcelona. Por suerte, tomo rumbo hacia la izquierda, carretera arriba, y no hacia La Plana, el crematorio y el cementerio, que por otro lado es donde la otra vez, erróneamente, busqué el inicio de la vía. Así, cada vez más lejos de los malos augurios y de los que “fueron como yo y yo seré como ellos”, llego hasta el cartel que indica que si uno a la vía ferrata quiere acceder, esa dirección no debe perder. En su poste un folio impreso recuerda que tanto la hembra del corzo (Capreolus capreolus) como la de la liebre (Lepus europaeus) paren de una a tres crías en junio, y que estas restan ocultas entre los matorrales y son amamantadas regularmente por sus madres. Así, se pide a todos los Homo sapiens que dejen a las crías tranquilas y que ni las toquen, ni se las lleven a casa, ya que con la primera acción serán rechazadas por la madre, mientras que con la segunda estarán condenadas a una muerte segura. A todo esto ya son las 9:35 y ha pasado más de una hora desde mi partida.

 

Si uno inspecciona el plafón informativo que hay junto al poste que indica la dirección a seguir para llegar a la vía ferrata, se encuentra con que el desnivel del recorrido es de 250 metros y su longitud 530m. Respecto a tiempos, indica quince minutos de aproximación, dos horas de recorrido y una hora y media de regreso, lo que concuerda aproximadamente con las dos guías que porto. Sin más dilaciones tomo el sendero, cuyo nombre es “Camí de les Molleres”. Sí, se trata del que visto que nacía en la carretera general dos (CG2) en una gran curva, pero quién iba a saber que venía directo a la vía ferrata. Abajo he consultado el mapa de la Editorial Alpina, y no aparece en él. Además, una escala 1:40.000 tampoco da para muchos detalles.

 

Al cabo de un rato de seguir este sendero, que avanza en un paraje de frondosa vegetación que incluye al río Madriu, un nuevo poste indica que hay que abandonarlo y, en vez de seguir hacia el Pont Sassanat y Entremesaigües, debe subirse unos metros para así alcanzar el inicio de la vía. Si estuviera en vías ferratas catalanas, como las Baumes Corcades de Centelles o la Teresina de Montserrat, no me sorprendería encontrarme con dos personas. Pero aquí sí. Ayer no vi a nadie en la ferrata de Sant Vicenç d´Enclar, y hoy no voy a ver a nadie más, porque me equipo antes que ellos y los dejo atrás. Mañana veré a cuatro personas al realizar la ferrata Directísima al Roc del Quer, a una al descender la ferrata Canal de la Mora, y a ninguna ni en la de Clots de l´Aspra ni en el Tossal Gran d´Aixovall. Por suerte, hoy no sé que mañana realizaré cuatro vías ferratas, así que no me estreso ni me agobio, sino que voy “chino chano”.

 

A las 9:50 inicio la vía ferrata propiamente dicha tras una aproximación que me ha llevado casi una hora y media desde el camping. Hace gracia acometerla desde allí, y curiosamente he pasado por el cartel de inicio a la misma hora a la que comencé ayer la ferrata de Sant Vicenç d´Enclar. Se trata de un buen momento porque absolutamente todo el itinerario está a la sombra, algo que en verano se agradece. Su orientación oeste permite que sin tener que madrugar excesivamente pueda hacerse a la sombra, aunque en invierno debe de ser más recomendable realizarla a partir del mediodía, cuando ya le pegue el sol.

 

Conforme subo escalones, me alejo de la arboleda y las copas de los árboles van quedando más abajo, es como si se convirtieran en matorrales. Avanzo por una gran pared que tiene muchísimas grapas. Los pulmones se alegran de haber dejado atrás la ciudad y el paisaje invita a tomarle fotografías, pero ojo: todo entretenimiento ahora supone un acaloramiento para el regreso y tampoco es plan de achicharrarse a la vuelta. Así, cauto con la duración de las paradas, continúo, ahora por tramos carentes de escalones, lo que entretiene el avance al tenerse que buscar presas en la roca o, al menos, un buen agarre de la suela. No me quiero ni imaginar qué pasaría si se pusiera a llover o si se topa con humedad en esta zona: sería totalmente impracticable. Más adelante aparecen grapas, cadenas que ayudan con el avance y diferentes resaltes rocosos cuya dificultad va en aumento. Me llama la atención la gran separación que hay entre seguros, como por ejemplo en un tramo encajonado con aspecto de canal. Una caída en ciertos puntos del itinerario no te despeñaría, pero acabarías hecho polvo de tanto golpear con las grapas. Supongo que para un novato, para quien está recomendada la vía, una buena opción sería anclarse con un mosquetón al cable de vía, pero con el otro a las sucesivas grapas, técnica que ralentiza el avance pero que minimiza la magnitud de una posible caída.

 

Al cabo de una hora, hacia las 10:40, accedo a un bosque de pinos que sirve de descansillo antes de acometer el tramo más aéreo y último de la vía ferrata: se trata de ascender una aguja con una gran sensación de altura y buenas vistas sobre la población de Escaldes-Engordany y el valle de Madriu. Una vez alcanzada, en su lado opuesto aparece un simpático puente tibetano, de unos cinco metros de longitud. Sus pequeñas dimensiones no quitan la ilusión de atravesar un puente, en este caso formado por una cadena sobre la que se posan los pies y dos pasamanos, uno a cada lado. Es, por tanto, sencillo de salvar, no como sucede con el de las Baumes Corcades de Centelles, en el que sólo hay un pasamanos y se encuentra a un lado, lo que obliga a avanzar de lado con el handicap de ir tambaleando hacia delante y hacia atrás. Aquí el avance es frontal, sin balanceo y corto. Tras tomarme varias fotos con el modo automático que te las hace en diez segundos, supero la roca en la que finaliza el puente, que debe subirse y bajarse por la cara posterior. Unas pocas grapas más y la ferrata ha concluido. Son las 10:40.

 

A la sombra del pinar me desprendo del arnés, del disipador y del casco y me coloco sobre la cabeza un amplio sombrero. Es el sustituto del que he portado últimamente, pues el mes pasado se me quedó olvidado en una parada de autobús de Viena. A saber quién lo tiene ahora. Una vez listo, emprendo el regreso, que consiste en seguir unas marcas de pintura amarilla que te hacen ganar altura con una pendiente considerable. Para amenizar la subida, echo mano de la bolsa de ruedas de patata que porto en la mochila y antes de llegar a lo más alto ya me las he comido. En un momento dado me desvío a mano derecha hasta situarme sobre un promontorio rocoso desde el que se tienen vistas aéreas de la parte baja del valle de Madriu; se atisba también algo de la parte alta, ya desprovista de bosques y cubierta de prados. Continuando tras las marcas amarillas alcanzo una zona con dos bancos de madera que no invitan a sentarse en ellos en esta época del año al estar situados en un claro soleado. Sin marcas, pero siguiendo recto, se alcanza en menos de un minuto un collado llamado Coll Jovell, situado a 1779 metros de altitud. La señalización indica que a mano izquierda es posible llegar al lago Engolasters a través del GR-11. Este mismo sendero, pero a mano derecha, conduce al valle de Madriu, concretamente a Ràmio (0:15), al refugio Fontverd (1:10) y al refugio de l´Illa (3:40). Siguiendo recto también se llega a esos dos refugios en el mismo tiempo pero a través de un camino comunal.

 

Si bien el regreso es a mano derecha, tiro hacia Engolasters con la esperanza de encontrar un banco en cuyos alrededores escondí hace años un bote de garbanzos para recogerlo en un regreso que nunca aconteció, ya que aquella excursión acabó siendo una travesía circular. Es psicológicamente duro bajar a sabiendas de que acto seguido tendré que deshacerlo de subida, así que me marco un tope de diez minutos de descenso para no ir a ciegas y tener una referencia. Por suerte, en cuatro minutos alcanzo un banco situado en plena cuesta. Intento recordar en qué recoveco rocoso dejé temporalmente oculto el bote con tal de ahorrarme el peso de llevarlo al Pic de Pessons y traerlo, pero por mucho que miro no lo encuentro. La memoria no ha almacenado ese dato, o al menos no sé rescatarlo del olvido, así que me muevo por intuición, pensando en dónde lo escondería ahora, pero claro, yo no soy el David de entonces y no tengo por qué pensar y actuar igual. Como tampoco tengo la certeza de que sólo exista un banco, lo dejo estar para algún día en el que suba desde Engolasters y emprendo el regreso al collado.

 

Son las 11:45 cuando lo vuelvo a alcanzar. No es una hora para estar demorándose en incertezas varias, pues aún tengo que descender por el Valle del Madriu hasta la civilización y atravesar toda la capital hasta el camping Valira. Como la gravedad ayuda, intento ganar tiempo en la bajada corriendo más que caminando, pero en ocasiones me asaltan pensamientos y tengo que parar a escribirlos antes de que se me olviden: “comiendo ruedas de patata la subida se hace más entretenida y al estar abstraído me canso menos, es como conducir con el modo automático, pensando en otras cosas y sin enterarse” o “como las paredes no son complemanente verticales, no he tenido miedo a las alturas”. También se me ocurre alguna idea para promocionar mi novela; en ese caso la anoto enmarcada para así diferenciarla del resto de anotaciones destinadas a la creación del relato de la excursión. Todo ello me distrae y ayuda a que alcance el fondo del valle casi sin darme cuenta. Si continuara recto, llegaría al refugio de Fontverd en 55 minutos, al de Riu dels Orris en 2h25min y al de Estany de l´Illa en 3h30min. Lo último que seme ocurriría a las 11:58 es ponerme a subir casi cuatro horas con esta calda. Respecto a bajar, me espera La Plana a cuarenta y cinco minutos, que es donde los que no vienen andando –¿todos?– dejan estacionado el coche para realizar la vía ferrata.

 

Bajar por el valle del Madriu, con fama de ser el más bello de Andorra, es un quehacer tranquilo, aunque te cruzas con gente y la pendiente a tramos se vuelve pronunciada y, además, molesta a causa del empedrado. Un cartel indica que estoy cruzando Ràmio y que la altura a la que se asienta este poblado es de 1620 metros. El sol pica y no hay sombras que protejan al caminante, así que me hecho el sombrero hacia atrás hasta lograr que su sombra sea una circunferencia perfecta, lo que indica que la protección que me otorga es máxima. Me llama la atención que mi sombra es mucho más cabezona que antes de extraviar el sombrero anterior, lo que guarda relación con su mayor tamaño. Este incluso tiene una cuerda que pasa bajo mi mandíbula y cuando viene un golpe de viento no tengo que regresar hacia atrás a recogerlo del suelo. A mano izquierda, un sendero se dirige hacia lugares de nombres evocadores, sobre todo porque no los conozco, y de ahí la magia que desprenden: refugio de Perafita (1:45), Collada de la Maiana (2:25), refugio de Claror (2:20), Estany de la Nou (1:55); si no fuera por el sol que hace, casi habría que lamentarse de haber hecho la ferrata y no estar provisto de una mochila de travesía.

 

Después de atravesar las ruinas de Entremesaigües y de continuar descendiendo, aparezco en un puente en el que hay una bifurcación, llamado Pont Sassanat. Con el mapa de Editorial Alpina deduzco que a mano derecha se accede al inicio de la vía ferrata y a su plafón informativo junto a la carretera de Engolasters. Como siempre que puedo intento hacer rutas circulares y no repetir el itinerario de regreso, y así evitar lo que Avi Jordi llama “falta de recursos del montañero”, continúo recto por el GR-7 en dirección a La Plana y Escaldes-Engordany. Pasada la zona de coches estacionados, la pendiente se acentúa mucho de camino a la población que alberga a Caldea. Como la densidad arbórea me mantiene a la sombra y ando sobrado de agua, me paro a cambiarme de calcetines y le regalo a cada pie la no despreciable cantidad de medio litro de agua, lo que les rejuvenece tanto a ellos como a mi espalda, que a partir de ahora soportará 9,8 Newtons menos de peso. Con los calcetines en cuarentena en el bolsillo exterior de la mochila reinicio la bajada y acelero el ritmo. No tardo mucho en aparecer en la carretera general 2 (CG2) a la altura de una gasolinera Repsol; el reloj marca la una. Tras media hora de caldeamiento bajo el tórrido sol que pega en la ancha avenida de Andorra la Vella, alcanzo el camping Valira. Cinco minutos después estoy en el jacuzzi. Si la vida son tres días, y uno lo pasamos durmiendo, habrá que aprovechar, ¿no?

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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