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Monday 11 de November de 2013, 22:04:16
31-10-13: Buscando castañas por el Montseny
Tipo de Entrada: RELATO | 8406 visitas

Matinal otoñal por los bosques del Montseny en busca de castañas en compañía de Alba y de sus padres, en concreto por los alrededores de Santa Fe del Montseny y el Empedrat de Morou.

 

Con la ilusión infantil de recoger algunas castañas del bosque, partimos no muy temprano de Granollers con destino a Santa Fe del Montseny, una zona situada alrededor de los 1130m de altitud en pleno hayedo que en esta época del año debe de mostrarse espectacular. Para ello, lo primero que hacemos es acceder a la población de Sant Celoni, a los pies del Parque Natural. Fiel a mis principios, me dirijo hasta ella a través de la C-35, evitando así sendos peajes de la vía de pago AP-7 y no contribuyendo a los abultados e indecentes beneficios de Abertis a costa del sufrido y maltratado ciudadano.

 

La ciudad queda atrás y por delante, serpenteante, aguarda la carretera BV-5114. Son veintiún kilómetros sinuosos y en su mayor parte ascendentes, un trayecto al cielo tanto física como metafóricamente. El paraíso existe y no está en los paupérrimos estados del Caribe; está en nuestra mente. Conforme se gana altura, a pesar de estar haciéndolo en el interior de un vehículo a motor, la sensación de abandonar una forma de vida artificial se hace patente y a través de la ventanilla, el fresco aire que entra, nos recuerda que somos lo que somos, a pesar de lo que hagamos.

 

Varios autocares y multitud de escolares llenan el paraje de Santa Fe del Montseny de colores vivos, en contraste con el ocre otoñal del hayedo. En el aire, un sonido que retrotrae a la infancia, al patio escolar, rompe el silencio. Nuestros pasos se dirigen hacia el bosque. Alba y su madre, en la oficina de información, han tomado un folleto de una ruta circular con inicio y final aquí y será la que realizaremos. Consiste en seguir unas marcas de color naranja durante 5760 metros, aproximadamente 1h45min, pasando por el pantano de Santa Fe, el Empedrat de Morou y la Escuela de la Naturaleza.

 

De camino al embalse, no vemos castaños por ninguna parte. Tan solo quietud y multitud de hayas, que parecen gritarnos mudas. La ausencia de lluvias desde hace dos meses ha dejado el embalse prácticamente seco y, a su vez, no ha propiciado la pronosticada excelente temporada de setas. Diríase que no hay ni una o que, si las hay, se esconden con sigilo a nuestra mirada. Por no haber, ni escolares hay. La Fabriqueta, edificio en el que se generaba electricidad para el hostal, nos habla de otras épocas; o más bien nos lo susurra al oído.

 

Sobre sus diecinueve metros de altura, un camión de cemento y varios paletas. Nos frotamos los ojos. Sí, están ahí, en la presa. Qué poco poético. ¿Los habrá traído el viento en una burbuja hasta aquí? No creo, dicen que las burbujas de este tipo son cosa del pasado. Anda, si tienen hasta un perro. Es de esos delgados y veloces. Ah sí, un galgo. Suerte tiene de no ser propiedad de un cazador, aunque todavía es joven. Si tuviera uno lo haría correr hasta que me reventara. O quizá me daría pereza y no saldría de casa. Quién sabe.

 

Pasado el embalse, el hayedo gana en espectacularidad. La humedad se respira literalmente en el ambiente y ni rastro hay de castaño alguno. Los ánimos en nuestra faceta de recolectores no son muy buenos, en especial en Juanjo, quien cree haber venido en balde en cuanto a la vertiente alimenticia se refiere. No obstante, la montaña sabe esconder bien sus secretos y el que gozarlos – y saborearlos– quiere, más vale que bien la anduviere. Y en esas estamos cuando nos topamos, esta vez metafóricamente, con el primer castaño.

 

Está a la vera de la pista forestal. Es un centinela enorme y robusto provisto de ricos frutos que, si eres de corazón limpio, podrás recoger. Según le dicta su experiencia, hace ya tiempo que los humanos de turbio pensamiento no pisan mucho la montaña; prefieren la ciudad, donde pueden permanecer lejos de sus almas límpidas con mayor facilidad. Las nuestras están, junto a nuestros cuerpos, por los suelos. Las hay por aquí y por allá. Unos pinchos protegen que accedamos a su interior, a lo más bello y rico. Me refiero a las castañas.

 

Aunque formamos parte de la sociedad del (des)conocimiento y hay más (des)información que nunca, somos hijos de la era industrial. Así, fieles a nuestros orígenes, basamos nuestra productividad en la especialización. Por un lado estoy yo, poco apto para la apertura de las castañas. Como el dejarlas desprovistas de su protección natural me resulta lento, me dedico a la recolección. Parece la tarea más arriesgada pues van cayendo frescas y punzantes desde bastante altura, aunque nada que no se solvente pasando la chaqueta sobre mi cabeza. Alba aún se está riendo.

 

Ella y su madre, más dadas a estar sentadas, se han quedado con la labor de separar la castaña de su envolvente punzante. Para ello, Juanjo, compañero de fatigas –esto también es literal– durante algunas etapas extremeñas de la Vía de la Plata el pasado agosto, se especializa en pisar el conjunto hasta dejar abierta la protección de pinchos y dar pie a que ellas puedan acabar de realizar la separación. Un segundo castaño vecino nos provee de más frutos y, a lo tonto, con 8,4 kg de castañas damos por concluida la recolección.

 

Fiel a mis principios montañeros, en vez de retroceder lo andado continuamos con la ruta circular para así atravesar, por el mismo precio, nuevos parajes. Se trata de continuar por la pista pendiente arriba, hasta el llamado Empedrat de Morou. Nos lo tomamos con calma. Tanta, que nos supera un grupo de preescolares. En un enclave con vistas a Sant Celoni, la Serralada Litoral y el mar, nos sentamos con los pies colgando al margen del camino y nos comemos unos bocadillos de tortilla. ¿Y de postre? Pues no, nada de castañas.

 

La cosa aún se empina más, en especial a ojos de las doloridas rodillas de Conchi, la madre de Alba. Como debe de estar maldiciéndome, me avanzo a una distancia prudencial. En estos casos, la excusa de ser el experto e ir abriendo camino siempre va bien. Adelantamos a un grupo de escolares y, a su vez, un grupo de alumnos de instituto se nos cruza en el camino. En mis tiempos, en esta época al Montseny se venía con el colegio a buscar castañas. Supongo que ahora, en la sociedad de la (des)información, basta con tuitear o compartir alguna foto del fruto.

 

Al llegar al Empedrat de Morou, me sorprendo por el afloramiento rocoso en medio del hayedo. Esto conlleva el poder apreciar el entorno. Abajo, el Valle de Santa Fe, donde hemos iniciado la excursión. Enfrente, Les Agudes y el Turó de l´Home. A mi lado, como cuarenta niños de unos cuatro o cinco años, algunos de ellos, por lo que dicen, viendo el arco iris a través de su orina. El experimento lo llevan a cabo desde el borde de un promontorio rocoso al estilo de El Rey León. Poco les dura, pues una de las profesoras los requiere; se han alejado demasiado del rebaño. Quién sabe si serán los inconformistas del mañana o los líderes del futuro.

 

El folleto se centra en la vertiente geológica de la zona. Nos habla –sí, es metafórico– de la facilidad con que podemos apreciar en el citado empedrado las diferentes fases de la formación del suelo a partir de la roca madre granítica y su posterior fragmentación y meteorización. Es, como siempre, la diferencia entre la teoría y la práctica, entre la especulación y la realidad, entre el despertar y el sueño. La intuición aboga por una vida formada por sucesiones de sensaciones, no por redacciones de folletines. ¿Habrá sido la tortilla?

 

Una variante algo más larga (240m) surge con destino a lo alto del Turó de Morou (1307m), pero mi distancia de Conchi no es lo suficientemente grande como para tomarla. Así, no hay más remedio que iniciar el descenso hacia el Pla de Mulladius y el punto de inicio. Los escolares parecen haber quedado atrás y los pájaros cantan alegres, si es que un ave puede realmente estarlo. En todo caso, menos problemas que nosotros seguro que tiene. En un mar de hojas, me entierro con la cabeza asomando pero craso error, no he escondido la mochila. Así, Alba me detecta fácilmente y no hay opción para la elección: castañada sí, Halloween no. ¿Qué hay de la globalización?

 

Parece que el aire puro me está afectando, pero por fortuna Can Casades, el centro de información, se percibe cerca. No me refiero, claro está, a un sexto sentido, a una intuición femenina. Simplemente salta a la vista, quiero decir, al oído. Hay como trescientos o cuatrocientos escolares y el griterío, a una cierta distancia, es ya ensordecedor. Alguna vez yo fui uno de ellos. Y hoy, más de dos décadas después, he regresado al Montseny a buscar castañas.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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