Diez años han pasado desde que terribles incendios devastaran 27.000 Ha de la Catalunya central.
Confluyeron unas condiciones atmosféricas propicias: un duro verano, y la irresponsablidad de FECSA-ENDESA en el mantenimiento de sus lineas, para ocasionar la tragedia.
Diez años esquivando esos caminos que atraviesan montes y campos arruinados por el fuego.
Mucho tiempo para mà pero poco para la Naturaleza. Insuficiente, en todo caso, para borrar los rastros de tanta calamidad: tocones carbonizados; esqueletos de arboles,como esculturas funerarias; troncos abatidos, cadáveres incorruptos en un infame campo de batalla; y también la rala vegetación, y los jóvenes rebrotes tratando de ocultar el suelo desertizado.
Diez años evitando la tristeza que contagia tanta desolación.
Y por fin, este domingo, transgredà mi tabú caminando por las pistas de la Serra de Pinos.
Vi testimonios del desastre y la lenta recuperación del territorio, ayudada parece ser, por siembras y repoblaciones de emergencia. Algo es algo, pero apenas consuela a los lugareños, que tras diez años aun se emocionan al recordar su antiguos bosques. Deberán pasar 50 (muchos de nosotros no lo veremos) para que quede extinguido definitivamente el rastro del fuego. Quedan mientras tanto esas tierras abrasadas para mostrar cuan lenta es la cicatrización de los bosques. Quien sea capaz de aprender: que aprenda.
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